Permiso salida Arsenal San Pedro 2023

Mi querido San Pedro, de nuevo nos vemos las caras en esta bendita historia que se repite años tras año. 

De nuevo pretendes salir para trasladarte a la iglesia de Santa Maria de Gracia y participar en la magna procesión del Miércoles Santo. Te noto sospechosamente tranquilo, aunque también claramente emocionado. 

Tranquilo porque piensas que, vistiendo tus mejores galas, que estando a hombros de tus mejores amigos los caballeros porta-pasos, que escoltado como como vas por compañeros de la Armada y hermanos de una Agrupación California más que centenaria quizás te creas que no puedo negarme a dejarte salir por esa puerta. 

Tranquilo porque sospechas que cuentas con los informes favorables de un Ayudante Mayor del que a veces pienso que es más benevolente de lo que sería menester, y un tanto condescendiente con ciertas actitudes de sus subordinados que sabes bien que no son de recibo en la Armada, como fue tu tardío regreso de franco de ría del año pasado cuando, para colmo de los colmos, sabías que debido a la lluvia tocaba recogerse y no procesionar; sabías que tocaba más oración y menos dejarse ver. 

Tranquilo porque estás convencido de que esos informes del Ayudante Mayor no hacen sino reflejar un comportamiento y un rendimiento a bordo que te hacen merecedor de un nuevo franco de ría. Y no te falta razón. El procedimiento disciplinario es el que es: toca pasar página y demostrar ahí fuera de qué pasta estás hecho, comenzando por un traslado que, con el paso del tiempo, y respondiendo a la devoción de muchos cartageneros, se ha perpetuado en una procesión que, como puedes ver, atrae miles de personas que ahora te acompañan aquí en este Arsenal y que también te esperan ahí fuera. 

Te decía que te notaba tranquilo, pero también emocionado; y es cierto, porque te esperan, nos esperan a todos, momentos muy difíciles: primero de confusión y de contradicción, pero al final de júbilo. 

De confusión y contradicción porque en los días terribles que enmarcaron la muerte de tu Maestro y Amigo todos los rostros del pecado, y también de la redención, se mostraron a muchos testigos en Jerusalén, como en estos días se nos van a presentar de nuevo a otros muchos testigos por las calles de Cartagena: la traición de Judas, el sacrificio inenarrable de Jesús, su aflicción y su soledad provocada por el miedo de tus compañeros los demás apóstoles, y por tus propias negaciones. Y, sobre todo, por el dolor de María sola y abandonada también por ti a los pies de la Cruz. 

No lo vas a pasar bien; tu alma será como una montaña rusa en la que vertiginosamente se mezclarán sentimientos de generosidad, de diligencia, de debilidad, de miedo, de ira, de llanto, pero al final también de valentía y de alegría; alegría y valentía que serán las virtudes que, iluminadas por tu fe sin marcha atrás y, por fin, sin fisuras gracias al Espíritu Santo, prevalecerán convirtiéndote en el primer hombre fuerte de la Iglesia. 

Sí; de alegría, de júbilo porque, tras el grito del que se cree abandonado en la cruz, de su santo entierro y de su gloriosa Resurrección, llegará la redención de todo el género humano. 

Tras semanas de espanto y recogimiento, con fe sostenida frente a un mundo amenazador, tú Pedro, recordarás en el cenáculo frente a otros cientos de personas, entonces judíos y gentiles, ahora, hoy aquí, creyentes y no creyentes, la profecía de Israel: «Derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad». Recordarás a David, hablando del Dios que no permitirá al hombre acabar en la corrupción de un sepulcro ni en el callejón a oscuras de una existencia mortal.  

Y exhortarás frente al mundo a la fundación de la Iglesia de Cristo, abierta a todos los que se bauticen en un ritual sacramental que simboliza la limpieza del pecado y la libertad del hombre en el camino de su redención. Muchos de ellos, cristianos bautizados, estamos aquí presentes. 

En estos tiempos de relativismo moral, de escepticismo y, en ocasiones, de desprecio a la dignidad del hombre, los cristianos debemos añadir a la historia de Jesús ese tu primer arranque de valentía que proclamó que no basta con recluirse en la propia fe, o en la seguridad de la íntima creencia, o en la fortaleza aparente de la comunión personal con Dios. 

Es preciso volcarse en la sociedad, defender un modelo cristiano de existencia social y unos valores, ahora impugnados por el egoísmo de una modernidad que a veces rehúsa conocer sus propias raíces. Los cristianos somos herederos de una civilización, depositarios de una calidad de su vida que es fruto de dos mil años de espléndida fundación de un hombre nuevo que ni mucho menos ha pasado de moda. 

Antes de dejarte salir te pediría un favor muy especial, ya que veo que llevas en la mano las llaves de la estrecha puerta del Cielo: acuérdate de mi Jefe, mi compañero y mi amigo Antonio Martorell, Almirante Jefe de Estado Mayor de la Armada, que el pasado viernes nos dejó huérfanos a todos los miembros de la Armada. 

En fin, mi querido San Pedro; ya no soy un novato y sé que me la vas a jugar; espero que detectes en mis palabras ese tono persuasivo y de seria advertencia habitual en todos los Almirantes Jefe de Arsenal que, como yo, durante años y años hacen un estéril esfuerzo para que te comportes como es debido. 

Te advierto que no hay, ni habrá, excusa alguna para que no te vea yo entrar por esa puerta del Arsenal a la hora debida, a la que te ha dicho el Ayudante Mayor, a primerísima hora de la madrugada del Jueves Santo. No hay excusa posible. Te espero en la puerta. No me hagas esperar. Los Almirantes no esperan. 

Oficial de Arsenales Pedro Marina Cartagena, te autorizo a salir de franco de ría. Caballeros porta pasos, “sampedristas”, gentes de Cartagena… ¡VIVA EL SAN PEDRO! 

 

*Del libro “Católicos en tiempos de confusión” de Fernando García de Cortázar. 

 

Almirante Jefe del Arsenal Militar cartagena.
Pedro Luis de la Puente García-Ganges

 

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